El Cerro de Coatepec, una imponente elevación natural ubicada al poniente de Toluca, ha sido testigo de más de 60 años de transformación, desde su pasado prehispánico hasta convertirse en la sede de la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEMéx). Este espacio, que una vez fue hogar de nopaleras, flores silvestres, y especies como ratones de campo, artrópodos, reptiles y serpientes, hoy alberga a miles de estudiantes y académicos, siendo un sitio clave en la historia y desarrollo de la institución educativa más importante del estado.
El nombre “Coatepec” tiene profundas raíces en la cosmovisión prehispánica. Según el toponimista Manuel de Olaguíbel, proviene de los vocablos náhuatl “coatl”, que significa serpiente, y “tepetl”, que significa cerro, lo que se traduce como «lugar de la serpiente». Existen referencias que sugieren que este nombre se debe a la presencia de serpientes de cascabel en la zona. El Cerro de Coatepec formaba parte de un paisaje sagrado para las culturas indígenas que habitaban el Valle de Toluca, como los matlatzincas, otomíes y nahuas, quienes consideraban a los cerros y montañas como moradas de deidades protectoras.
La historiadora María Teresa Jarquín, del Colegio Mexiquense, ha señalado que los habitantes del valle veían a los cerros como entidades sagradas, creyendo que en ellos habitaban las deidades que influían en la vida de las comunidades, ya fuera para protegerlas o castigarlas. Esta creencia fue persistente incluso después de la llegada de los españoles. Durante la época colonial, crónicas refieren que los cerros continuaron siendo objeto de culto, mezclando las creencias indígenas con el catolicismo que se imponía.
El Cerro de Coatepec también fue escenario de importantes eventos históricos, uno de los más notables ocurrió durante la lucha por la Independencia de México. En octubre de 1811, el cerro fue testigo de una batalla crucial entre las fuerzas insurgentes, comandadas por José María Oviedo, y el Ejército Realista, liderado por el brigadier Rosendo Porlier. A pesar de que los insurgentes ganaron la primera escaramuza en el Cerro de la Serpiente, las batallas posteriores resultaron en una trágica derrota en la Plaza de los Mártires de Toluca, donde cien indígenas fueron asesinados.
Tras esta época de conflicto, el Cerro de Coatepec continuó desempeñando un papel importante en la vida de la región. A principios del siglo XX, el área que rodeaba el cerro era conocida como el Rancho de Coatepec, un espacio dedicado principalmente a la agricultura, con campos de maíz y magueyes que abastecían de pulque a la región. Sin embargo, la transformación más significativa para este sitio ocurrió en la década de 1960, cuando comenzó a gestarse un proyecto que cambiaría su destino para siempre.
En 1962, el entonces gobernador del Estado de México, Gustavo Baz Prada, quien también fue alumno de la UAEMéx, decidió donar el Rancho de Coatepec a la universidad. En ese momento, el gobierno estatal ya había iniciado la construcción de un estadio y otras instalaciones deportivas en el cerro. Esta donación fue clave para la construcción de la Ciudad Universitaria (CU), el campus central de la UAEMéx. El 10 de junio de 1963 se firmaron las escrituras que formalizaron la cesión de este espacio a la comunidad universitaria, marcando el inicio de una nueva era para la educación superior en el Estado de México.
A 60 años de ese acontecimiento, Ciudad Universitaria se ha consolidado como el corazón académico de la UAEMéx. Lo que alguna vez fue un cerro rodeado de vegetación silvestre y fauna nativa, hoy es un espacio moderno que alberga a miles de estudiantes, académicos y personal administrativo que, día a día, contribuyen al desarrollo académico, cultural y científico de la región. Este año, la UAEMéx celebra seis décadas de historia en este emblemático lugar, recordando no solo su importancia educativa, sino también su profundo valor histórico y cultural.
El Cerro de Coatepec, en su evolución de sitio sagrado y escenario de batallas a campus universitario, simboliza la conexión entre el pasado y el presente, siendo testigo de la transformación de Toluca y de las generaciones de estudiantes que han dejado su huella en sus aulas.

