Al igual que el célebre personaje literario del siglo XIX, el doctor Henry Jekyll, cuya transformación en el perverso Edward Hyde revela una dualidad perturbadora, la microbiota intestinal parece tener también un doble rostro: uno protector y benéfico, y otro capaz de desencadenar enfermedades neurológicas. Así lo proponen Daniel Salinas y Alexandra Soto, investigadores de la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEMéx), en su artículo titulado “Dr. Jekyll y Mr. Hyde: la microbiota intestinal y su relación con la enfermedad de Parkinson”, recientemente publicado en la Revista Universitaria.
El texto, que combina la divulgación científica con una poderosa metáfora literaria, explora cómo los billones de microorganismos que habitan el intestino humano pueden convertirse en aliados o en enemigos, influyendo incluso en el desarrollo de trastornos neurológicos como el Parkinson. “La eubiosis, ese equilibrio saludable de bacterias, actúa como el doctor Jekyll; mientras que la disbiosis, el desequilibrio nocivo, se convierte en el temido Mr. Hyde”, explican los investigadores.
La microbiota intestinal está compuesta por aproximadamente 10 trillones de organismos, entre los que se encuentran bacterias, virus, protozoarios y hongos. Su función principal es protegernos de patógenos, facilitar la digestión y sintetizar compuestos esenciales para la salud. No obstante, cuando se rompe el equilibrio —por ejemplo, debido a una dieta rica en grasas y azúcares—, algunas especies microbianas proliferan de manera descontrolada y comienzan a producir toxinas que pueden entrar al torrente sanguíneo y llegar hasta el cerebro.
En su análisis, Salinas y Soto detallan cómo estas toxinas son capaces de inducir la formación de los llamados “cuerpos de Lewy”, agregados anómalos de proteínas que se acumulan en las neuronas. La presencia de estos cuerpos es una característica patológica clave en la enfermedad de Parkinson, ya que están relacionados con la muerte de las neuronas encargadas de producir dopamina en la sustancia negra del cerebro, región directamente implicada en el control del movimiento.
“Aunque todavía no está completamente claro el mecanismo por el cual la microbiota influye en la aparición del Parkinson, hay evidencia suficiente para establecer una conexión importante entre la salud intestinal y el sistema nervioso”, señalan los investigadores. En este sentido, el deterioro de la microbiota puede ser un factor detonante para alteraciones neurológicas, mientras que su restablecimiento podría ofrecer vías de prevención o tratamiento.
Afortunadamente, como en la novela de Stevenson, el lado benigno tiene posibilidad de retomar el control. Salinas y Soto destacan que la dieta mediterránea —rica en frutas, verduras, legumbres, pescado y aceite de oliva— favorece la restauración de la microbiota saludable, al fomentar la proliferación de bacterias benéficas que contrarrestan los efectos nocivos de una mala alimentación.
Los académicos de la UAEMéx subrayan que aún queda camino por recorrer para entender completamente la interacción entre el intestino y el cerebro, especialmente en relación con enfermedades neurodegenerativas. Sin embargo, consideran que esta línea de investigación abre un prometedor campo para la medicina preventiva. “Si aprendemos a cuidar nuestra microbiota, podríamos no solo mejorar nuestra digestión, sino también proteger nuestras neuronas”, afirman.

