En México, uno de los países de América Latina con mayor tasa de embarazos en adolescentes, el fenómeno de la maternidad temprana sigue siendo un desafío complejo que rebasa las estadísticas y exige una mirada integral. De acuerdo con cifras oficiales, en 2009 se registraron 69.9 nacimientos por cada 1,000 mujeres adolescentes, mientras que en 2023 esta cifra descendió a 60. Aunque la tendencia indica una reducción, el camino hacia la meta de 30.2 nacimientos por cada mil adolescentes en 2030 —establecida por los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS)— todavía enfrenta numerosos obstáculos.

Para la profesora investigadora del Centro de Investigación Aplicada para el Desarrollo Social (CIADES) de la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEMéx), Yuliana Gabriela Román Sánchez, el embarazo adolescente debe analizarse más allá del dato cuantitativo. “Una maternidad en la adolescencia debe analizarse no solo desde el número de nacimientos en mujeres menores de 15 años, sino como una experiencia profundamente personal que transforma la vida de las jóvenes”, explicó.

La académica subraya que esta realidad es multicausal, pues involucra factores de orden nacional, comunitario, escolar, familiar, afectivo y personal. “No se trata de una decisión que solamente las mujeres adolescentes toman, sino de una responsabilidad compartida por toda la sociedad”, señaló.

Los efectos del embarazo a temprana edad son múltiples y en muchos casos devastadores. El abandono escolar es uno de los más notorios: alrededor del 70 por ciento de los embarazos adolescentes ocurre después de dejar la escuela y el 30 por ciento mientras las jóvenes aún cursan la educación básica. Esta situación limita su acceso a estudios profesionales y, en consecuencia, reduce sus oportunidades laborales y económicas.

Además, Román Sánchez advierte sobre los riesgos físicos y biológicos que enfrentan las adolescentes embarazadas menores de 15 años, cuyos cuerpos aún están en desarrollo. “Es una etapa en la que deberían estar explorando su identidad, no asumiendo responsabilidades que afectan profundamente su salud física y mental”, apuntó.

Frente a este panorama, la especialista hizo un llamado urgente a fortalecer la educación sexual integral, una herramienta que —afirma— ha sido subestimada. “Debemos partir de aceptar que los adolescentes pueden mantener una vida sexual activa y es su derecho contar con información precisa y confiable para tomar decisiones responsables”, indicó.

Asimismo, insistió en la necesidad de romper con los roles de género tradicionales que colocan la carga del embarazo únicamente en las mujeres. “Los hombres también deben asumir corresponsabilidad en el cuidado y la prevención”, enfatizó.

Para Román Sánchez, el entorno social cumple un papel determinante. Las adolescentes embarazadas no solo enfrentan dificultades médicas y económicas, sino también el estigma y la discriminación por parte de sus comunidades. “Se trata de abrir espacios de diálogo entre padres e hijos, promover el uso de métodos anticonceptivos y posponer el inicio de la vida sexual hasta contar con la madurez e información necesaria”, expresó.

Finalmente, la investigadora hizo hincapié en la importancia de impulsar políticas públicas que garanticen el acceso a servicios de salud reproductiva, educación sexual en escuelas y programas de apoyo que permitan a las jóvenes insertarse nuevamente en el sistema educativo o en el ámbito laboral.

“La sexualidad y la reproducción no son lo mismo, y es fundamental que la sociedad entienda esta diferencia. Solo con empatía, educación y oportunidades reales lograremos transformar esta realidad”, concluyó.

El fenómeno del embarazo adolescente no se resolverá con prohibiciones ni juicios morales, sino con una apuesta firme por el conocimiento, el diálogo abierto y el acompañamiento a las juventudes en su derecho a decidir sobre sus cuerpos y sus vidas.