En tiempos de guerra, las víctimas no siempre se cuentan en cuerpos. También existen heridas profundas en la memoria, la identidad y el legado de los pueblos. La museógrafa y egresada de la Facultad de Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEMéx), Susana Victoria, comparte en la Revista Universitaria el artículo titulado “Patrimonio cultural: prisionero de guerra”, una aguda reflexión sobre el impacto de los conflictos armados en la preservación del patrimonio cultural, con especial atención al caso de la guerra entre Rusia y Ucrania.

La autora revela que este texto nace a partir de una entrevista académica que sostuvo con un asesor del gobierno ucraniano, quien expuso una dolorosa verdad: “la cultura también es una víctima de la guerra, pero una que no tiene posibilidad de levantar la voz”. Esta afirmación encapsula la esencia del artículo, que analiza cómo museos, teatros, archivos, sitios arqueológicos y objetos históricos han sido blanco de ataques, saqueos, destrucción o apropiación, quedando muchos de ellos irremediablemente perdidos.

En su investigación, Victoria advierte sobre los actos sistemáticos de supresión cultural que han acompañado al conflicto armado. Ejemplo de ello es la construcción de un complejo cultural ruso en Crimea, justo sobre un antiguo yacimiento arqueológico griego, acto que ella describe como parte de una estrategia de “sustitución cultural”. En palabras de la museógrafa, no se trata únicamente de una destrucción física, sino también simbólica: borrar y reemplazar la historia para debilitar la identidad colectiva de los pueblos ocupados.

El artículo destaca que no solo los objetos y espacios materiales están en riesgo, sino también elementos intangibles como el idioma. La lengua, sostiene Victoria, es un componente central del patrimonio cultural, un vehículo de la memoria y la identidad social. En ese contexto, el uso del idioma nativo se convierte en una forma de resistencia frente a la imposición cultural del agresor. Así, la defensa lingüística se transforma en un acto político y un gesto de supervivencia cultural.

La autora no omite la dimensión humana de esta tragedia. Denuncia que en varios casos, el personal de los recintos culturales ha sido amenazado, perseguido o incluso secuestrado. Las y los trabajadores de la cultura —curadores, restauradores, archiveros, docentes— se ven obligados a esconder colecciones, documentar daños o abandonar sus puestos ante la violencia. El resultado es un tejido cultural fracturado, cuya restauración requerirá más que reconstrucción física: necesitará tiempo, recursos, justicia y, sobre todo, paz.

Pese al sombrío panorama que dibuja, Susana Victoria concluye su texto con una esperanza mesurada. Si bien reconoce que muchas pérdidas son irreparables, confía en que la paz podrá devolver algo de lo destruido. Sin embargo, lanza una advertencia poderosa: las generaciones futuras habrán de construir su presente sobre un pasado roto, oculto o distorsionado. En ese sentido, sentencia, “el futuro es el nuevo rehén de la memoria”.

Este ensayo no solo aborda la situación en Europa del Este, sino que también es aplicable a otros contextos donde la cultura ha sido blanco del conflicto, como Medio Oriente, África o América Latina. El análisis de Victoria nos recuerda que la defensa del patrimonio cultural no es un acto pasivo ni meramente simbólico, sino una forma de preservar la dignidad, la historia y la autonomía de los pueblos frente a la violencia.

El artículo completo puede leerse en la plataforma digital de la Revista Universitaria de la UAEMéx:
👉 https://revistauniversitaria.uaemex.mx/…/view/26303/19150