La forma en que nos expresamos no es neutral. Las palabras que elegimos, los pronombres que usamos y las estructuras gramaticales que adoptamos no sólo comunican ideas, también configuran realidades, moldean identidades y perpetúan —o combaten— desigualdades. Así lo plantean Betania Iñiguez Quijano y Vanessa Báez Escamilla, integrantes de la Unidad de Género del Instituto Electoral del Estado de México, en su artículo “Comunicar con igualdad: la construcción de democracias incluyentes a través del lenguaje”, publicado recientemente en la Revista Universitaria de la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEMéx).

Ambas autoras, con formación en ciencia política y comunicación, abordan en su texto las barreras del sexismo lingüístico y subrayan la importancia de utilizar un lenguaje incluyente como herramienta para eliminar estereotipos de género, visibilizar a todos los sectores sociales y fortalecer los procesos democráticos.

“Expresarnos con igualdad es un ejercicio de justicia social”, sostienen. Desde su perspectiva, el lenguaje refleja nuestros pensamientos, valores y creencias, por lo que adaptar su uso no se trata únicamente de una cuestión gramatical, sino de reconocer la existencia y los derechos de todas las personas, más allá del binarismo de género tradicional.

Las especialistas critican el uso del llamado “masculino genérico” —la práctica de utilizar el masculino para referirse a grupos mixtos o sin especificar género— por considerarlo anacrónico y excluyente. “Nombrar sólo a los hombres invisibiliza a las mujeres y a las personas no binarias. No es una cuestión menor: es una forma de perpetuar jerarquías y silencios que impactan en la vida pública”, afirman.

En su análisis, Iñiguez Quijano y Báez Escamilla proponen que las instituciones científicas, académicas y gubernamentales se comprometan con la adopción de un lenguaje más equitativo. Recomiendan utilizar adjetivos, artículos y pronombres adecuados a cada persona, además de construir discursos que reconozcan la pluralidad social. Este esfuerzo, argumentan, tiene un impacto directo en la participación ciudadana, al generar entornos más seguros y representativos para todas las personas.

Aunque el debate sobre el lenguaje incluyente tiene varias décadas de existencia —las autoras recuerdan los aportes del feminismo posestructuralista desde la década de 1960—, fue apenas en 2014 cuando en México comenzaron a darse pasos concretos a nivel legislativo en favor del reconocimiento del lenguaje no sexista en los ámbitos institucionales.

El camino, sin embargo, sigue siendo largo. A pesar de que hay normativas y guías sobre lenguaje incluyente, muchas veces estas recomendaciones son ignoradas por hábitos arraigados o por argumentos normativos que apelan a la “pureza gramatical” del idioma. Las autoras cuestionan este enfoque y recuerdan que el lenguaje es una construcción social viva, con la capacidad de adaptarse y transformarse según las necesidades de cada época.

“No podemos seguir comunicándonos con esquemas que perpetúan relaciones de poder y exclusión”, concluyen. “En una democracia verdadera, todas las voces deben ser nombradas y escuchadas”.

El artículo completo puede consultarse en la Revista Universitaria de la UAEMéx, en la siguiente liga: https://revistauniversitaria.uaemex.mx/article/view/26315/19160. En él, Iñiguez Quijano y Báez Escamilla hacen un llamado contundente a instituciones, medios de comunicación y ciudadanía para replantear la manera en que hablamos, escribimos y, en consecuencia, construimos la sociedad.