El impresentable de @fernandeznorona se ríe. Se burla. Se pavonea porque fuimos a Estados Unidos a denunciar la complicidad de los narcopolíticos de Morena. ¿Y qué esperaba? ¿Que nos quedáramos cruzados de brazos mientras el país se desangra en silencio, mientras el crimen organizado se sienta en las curules y despachos del poder?
Su risa no es inocente. Es la risa del encubridor. Del que se sabe parte del engranaje. Del que prefiere el chiste fácil antes que enfrentar la verdad incómoda: México está infiltrado hasta el tuétano por el crimen organizado, y Morena ha sido su puerta de entrada.
En México no pasa nada porque el narco ha colonizado las instituciones. Porque los que deberían investigar, callan. Porque los que deberían legislar, pactan. Porque los que deberían defender al pueblo, se burlan de él.
Y todavía tienen el cinismo de mofarse porque exigimos la salida de Adán Augusto López Hernández. ¡Claro que sabemos que no puede renunciar! ¡No seas pendejo, Noroña! No se trata de si puede o no. Se trata de si debería. Se trata de principios, de ética, de mínima vergüenza. Pero pedirle dignidad a estos tipos es como pedirle honestidad a un político de Morena: una contradicción en sí misma.
Adán Augusto no es un funcionario más. Es un narcosenador señalado, vinculado, blindado por el silencio cómplice de sus correligionarios. Y Noroña, con su risa grotesca, lo encubre. Lo normaliza. Lo celebra.
No es un asunto de legalismos. Es un asunto de decencia. De dolor. De país. Porque el que se ríe de las denuncias, se ríe del dolor del pueblo. Y eso no se perdona.
Están podridos hasta el fondo. No dan una. No tienen vergüenza, no tienen capacidad y no tienen madre. Pero sí tienen micrófono, fuero y cinismo. Y por eso hay que exhibirlos. Uno por uno. Sin tregua. Sin titubeo.
Porque mientras ellos se ríen, México llora. Y nosotros no vamos a callar.

