Pacífico, California.— Después de 148 días flotando entre estrellas, cuatro astronautas de la misión Crew-10 tocaron suelo terrestre —o mejor dicho, agua— al amerizar frente a las costas del sur de California. Su cápsula Dragon, desarrollada por SpaceX, descendió en paracaídas desde la atmósfera terrestre, marcando el cierre de una misión que no solo desafió la gravedad, sino también los límites de la colaboración internacional.
La tripulación estuvo compuesta por Anne McClain y Nichole Ayers (NASA), Takuya Onishi (JAXA, Japón) y Kirill Peskov (Roscosmos, Rusia), quienes partieron en marzo para relevar a los astronautas varados por fallas en la cápsula Starliner de Boeing.

Durante su estancia en la EEI, la Crew-10 realizó experimentos sobre crecimiento vegetal, reacción celular ante la microgravedad y estudios biomédicos que podrían transformar la exploración espacial futura.
Este amerizaje no fue cualquier descenso: fue el primer retorno de una tripulación de la NASA al Pacífico en 50 años, desde la histórica misión Apolo-Soyuz de 1975. SpaceX decidió cambiar el punto de aterrizaje de Florida a California para reducir riesgos en zonas pobladas.
La cápsula soportó temperaturas de hasta 1,925°C durante el reingreso, frenada por enormes paracaídas antes de ser recuperada por un barco de SpaceX. Tras respirar aire terrestre por primera vez en meses, los astronautas expresaron deseos simples: duchas calientes, hamburguesas jugosas y un par de días sin hacer nada.
Este regreso no solo marca el fin de una misión, sino el inicio de una nueva era: la de los vuelos espaciales tripulados en alianza entre gobiernos y empresas privadas. La NASA, pese a enfrentar recortes presupuestales, sigue apostando por llevar humanos a la Luna y Marte.

