Washington, D.C., 23 de agosto de 2025. En un gesto que revive los peores fantasmas del intervencionismo, el gobierno de Estados Unidos anunció la creación de la Medalla de Defensa Fronteriza Mexicana, una condecoración militar destinada a premiar a soldados desplegados en operaciones en la frontera sur. El reconocimiento, que sustituye a la Armed Forces Service Medal, será otorgado a quienes hayan participado en misiones de apoyo a la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP) dentro de un radio de 180 kilómetros desde la línea divisoria con México.
La medalla no es un simple objeto de bronce: es una narrativa institucional que glorifica la militarización de la frontera, normaliza el despliegue de tropas contra migrantes y convierte el acoso territorial en mérito cívico. El diseño retoma el molde de la Medalla de Servicio Fronterizo Mexicano de 1918, utilizada durante las incursiones militares en Chihuahua y Sonora. Hoy, un siglo después, el Pentágono revive ese símbolo para premiar lo que llama “valentía en defensa de la patria”.
Pero ¿qué defiende Estados Unidos en la frontera? ¿La seguridad nacional o un modelo de supremacía territorial que criminaliza la migración, estigmatiza al pueblo mexicano y convierte la vigilancia en espectáculo patriótico? La medalla no reconoce actos humanitarios ni misiones de paz. Reconoce el despliegue militar en zonas donde miles de migrantes —incluidos menores— han sido detenidos, deportados o abandonados en condiciones inhumanas.
El subsecretario de Defensa, Anthony Tata, afirmó que “los efectivos que han protegido la frontera sur merecen ser reconocidos por su valentía”. Pero esa “protección” ha implicado el uso de drones, muros, patrullajes armados y operativos espejo que han tensado la relación bilateral. La medalla institucionaliza el acoso, legitima la presencia militar y convierte la frontera en un campo de honor, no de reconciliación.
México, por su parte, ha guardado silencio. No ha emitido protesta diplomática ni exigido explicaciones. La condecoración se presenta como un gesto interno, pero su impacto es regional: reafirma la frontera como zona de conflicto, no de cooperación. Y en ese silencio, se normaliza la narrativa de que el sur es amenaza, no vecino.
La Medalla de Defensa Fronteriza Mexicana no honra la paz. Honra el control. No celebra la cooperación. Celebra la vigilancia. Y en ese gesto, Estados Unidos no solo premia a sus soldados: reafirma su poder simbólico sobre el territorio mexicano.

