La agresión en el Senado no fue espontánea. Fue provocada. Planeada. Orquestada desde la tribuna por quien debería garantizar el orden institucional: Gerardo Fernández Noroña. El presidente de la Mesa Directiva no solo negó el uso de la palabra a la oposición, sino que convirtió el recinto en escenario de provocación política.

Alejandro Moreno, dirigente nacional del PRI, respondió con firmeza. Presentó una denuncia penal ante la FGR contra Noroña y su colaborador Emiliano González González, acusándolos de amenazas y otros delitos. En su mensaje, Moreno no titubeó: “No nos van a intimidar. Vamos de frente, con valor, con la ley en la mano y defendiendo al pueblo de México”.

Noroña: del discurso incendiario a la victimización

Fernández Noroña ha protagonizado múltiples altercados en el Congreso. Desde insultos misóginos hasta desplantes autoritarios, su historial revela una constante: provocar, incendiar, victimizarse. Esta vez, tras negar el uso de la palabra, se enfrentó cara a cara con Moreno, lo tocó, lo retó, y luego denunció “una agresión cobarde”.

En entrevista, Noroña se mostró molesto, abandonó el diálogo y exigió que los medios “no justifiquen al fascismo”. En lugar de asumir su responsabilidad como presidente del Senado, acusó a los medios, a la oposición y a la ciudadanía de validar la violencia.

¿Quién usa el poder para callar voces?

La narrativa oficialista intenta presentar a Noroña como víctima. Pero los hechos revelan otra cosa: el uso faccioso del poder para silenciar a la oposición, negar el debate y provocar el conflicto. Moreno lo dijo con claridad: “No vamos a permitir que quienes ostentan un cargo público utilicen el poder para amenazar y tratar de callar voces opositoras”.

La respuesta del PRI no fue un arrebato. Fue una defensa institucional. Una exigencia de justicia. Una denuncia contra el abuso del poder.