Pekín no desfiló, rugió. En una ceremonia cargada de simbolismo y advertencias implícitas, China presentó por primera vez su tríada nuclear estratégica durante el gran desfile militar conmemorativo del 80.º aniversario de la victoria antifascista. El mensaje fue inequívoco: el gigante asiático ya no se limita a equilibrar fuerzas, ahora las redefine. La exhibición incluyó misiles intercontinentales DongFeng-31 y DongFeng-61, capaces de alcanzar objetivos a más de 12 mil kilómetros con precisión quirúrgica; el JuLang-3, misil balístico lanzado desde submarinos de propulsión nuclear, diseñado para operaciones encubiertas en aguas profundas; y el JingLei-1, misil aéreo de largo alcance montado en aeronaves furtivas de nueva generación.

Esta tríada no solo confirma la madurez tecnológica del arsenal chino, sino que marca un punto de inflexión en su doctrina militar: capacidad de respuesta múltiple, movilidad táctica y proyección global.

El desfile también reveló el nuevo rostro de la guerra según Pekín: drones de combate con inteligencia artificial, armas láser antiaéreas y sistemas de defensa energética dirigida acompañaron la coreografía bélica, en una puesta en escena que combinó tradición, vanguardia y narrativa estratégica. Desde la Plaza de Tiananmen, el presidente Xi Jinping, flanqueado por líderes como Vladimir Putin y Kim Jong Un, advirtió que “la humanidad se enfrenta a la disyuntiva entre paz y guerra, diálogo o confrontación”. La frase, pronunciada frente a miles de soldados y millones de televidentes, resonó como parteaguas en el tablero global.

La exhibición fue interpretada por analistas como una demostración de fuerza frente a las tensiones con Occidente, en medio de guerras comerciales, crisis diplomáticas y reconfiguración de alianzas. China no solo mostró armas: mostró intención, doctrina y memoria histórica. El escudo estratégico del gigante asiático ya no es una promesa futura, es una realidad presente que obliga al mundo a recalibrar sus certezas.