En el Senado de la República, donde se presume el respeto a la ley y la dignidad laboral, se perpetúa una práctica que contradice ambos principios: asesores y trabajadores permanecen de pie durante largas sesiones, mientras los escaños vacíos evidencian la ausencia física —y ética— de muchos legisladores. La senadora Carolina Viggiano denunció esta situación ante el pleno, visibilizando una realidad que no sólo afecta al recinto legislativo, sino que se replica en múltiples dependencias gubernamentales.

“¿De qué sirve la unanimidad si no hay humanidad?”, cuestionó con firmeza. Su intervención no fue una pose, sino un llamado urgente a reconocer que la ley laboral, aunque celebrada en papel, no se aplica en la práctica. Mujeres con tacones, personas con problemas de espalda o rodillas, asesores que trabajan desde sus teléfonos sin siquiera una silla para apoyarse: todos enfrentan jornadas extenuantes en condiciones indignas, mientras los senadores conectan desde casa o simplemente no asisten.

La denuncia no exige infraestructura monumental, sino voluntad política mínima: una fila de sillas, un espacio digno para quienes sostienen el trabajo legislativo desde abajo. La omisión no es técnica, es simbólica. Y la indiferencia institucional, como bien señala Viggiano, es hipócrita.

La dignidad no se legisla, se practica. Y cuando el Senado normaliza el maltrato cotidiano de sus colaboradores, no sólo traiciona la ley: traiciona el principio de justicia que dice representar. Esta nota no exige mobiliario, exige memoria. Porque cada asesor de pie frente a un escaño vacío es testimonio de una institucionalidad que se ausenta incluso cuando está presente.